lunes, 14 de noviembre de 2011

El mejor regalo de su vida

Un mes de nacido tenía su hijo cuando la madre empezó a padecer una extraña enfermedad que apareció tras abrirle la puerta al marido que llegó borracho a las 3:00 de la mañana. Magnolia estaba muy débil después de realizar un parto muy delicado y tenía que cuidarse haciendo dietas y sin realizar muchos esfuerzos ni moverse demasiado. La enfermedad siguió avanzando sin dar espera a que su hijo creciera. Germán al enterarse de que su esposa estaba enferma, hacía lo posible por curarla comprándole los medicamentos que el doctor le recetaba. Cuando su hijo fue bautizado a los dos meses con el nombre de William Monsalve Montoya, la enfermedad de la madre dio punto final a su vida sin dejar ningún recuerdo en la memoria de su pequeño hijo.

Germán, un comerciante independiente, tenía dos almacenes de textiles, en Pereira y uno en Cartago. El más importante estaba ubicado en la antigua galería de Pereira. Era un hombre adinerado por lo que a su familia nunca le faltó nada.. La abuela de William, María, crió junto a Germán mientras que él se volvía a organizar sentimentalmente. Cuando Magnolia estaba en el hospital, su hermano Fabio la fue a visitar y ella le dijo que por favor no abandonara a su hijo y él le prometió que lo iba a cuidar, que no se preocupara.

Dos años después de la muerte de Magnolia, cuando se descompuso la pareja de jóvenes exitosos, la madre de Magnolia organizó el siguiente matrimonio para Germán, pues al ser tan joven tenía mucha vida por delante. Sin rebuscar mucho, hicieron casar a Germán con la hermana de Magnolia, su cuñada, pues no querían que el hijo que tuvieron hiciera parte de otra familia. Sin importar consecuencias, el matrimonio se llevó acabo. Con el tiempo este matrimonio arreglado fue creciendo, German y Deyfilia, a quien le gustaba que le dijeran solo Dey, tuvieron cinco hijos, seis con el primer hijo de Germán. William no tenía muchas atenciones por parte de su Tía-Madrastra y sus primos-hermanastros no lo querían. 

El papá le dio a William el estudio en el Colegio Salesiano de Pereira, donde estudió hasta octavo de bachillerato. No quiso estudiar más porque le daba pereza, le gustaba más estar con sus amigos. Estaba aburrido por los maltratos de su padre, el desprecio de su madrastra y la indiferencia de sus hermanastros. Él iba a visitar a su tío Fabio que lo quería mucho y allí se entretenía con sus ocho primos, cuatro hombres y cuatro mujeres que lo trataban como a un hermano más. 

Con el tiempo su padre se fue enfermando de cáncer de pulmón causado por el cigarrillo. William no tenía 14 años cuando su padre falleció, la herencia fue una verdadera batalla campal. Los hermanos y socios de Germán pelearon las propiedades y se quedaron con gran parte de ellas, la hermana de la mamá de William aprovechó el mismo apellido de su madre para hacerse pasar por ella y manejarle un millón de pesos que le había dejado Germán a su hijo, dándose gustos, parrandeando y dándole regalos costosos a sus hijos, sin darle nada al verdadero dueño. Claro que a los hijos de Dey también les habían dejado parte de la herencia, pero al ser menores de edad, Dey manejaba todos esos dineros y por desgracia no dejó rastro del gran monto que sumaba.

William empieza a entrar en la etapa de rebeldía aún sin cumplir la mayoría de edad, entra en el mundo de las drogas y la delincuencia influenciado por sus amistades. Cuando iba a su casa, se robaba las monedas que dejaban por descuido en el comedor, cada vez, la ganancia era mayor, ya no sacaba monedas, sacaba todo lo que veía de valor. Un día sacó un televisor sin que nadie se diera cuenta. Su argumento fue que como su madrastra le gastó su herencia, todos los objetos materiales de esa casa eran de él, pero por desgracia, su tía-madrastra no se quedó con los brazos cruzados y echó a William de su hogar a patadas con los peores de los insultos que puedan existir en el léxico de una mujer amargada.

Los tíos, Fabio y Ruth por parte de la familia Montoya aceptaron a William sin ninguna condición, lo atendían y le brindaban todo el cuidado y cariño que la familia Monsalve no le ofrecía y lo ignoraban a pesar de que él era dueño de todo lo que ellos tenían. Su único consuelo fueron sus primos. A veces iba y se quedaba a dormir en la casa con sus tíos, otras veces no se sabía de su paradero, pero cuando iba a visitar a sus tíos, Ruth le regalaba la ropa de uno de sus hijos a William, porque con cada prenda que él iba, estaba rota, sucia y con mal olor. Fue echado de muchos de los lugares en donde buscó ayuda, ya sea porque lo vieron fumándose un cacho con sus amigos o porque se robaba las cosas, pero el único lugar donde siempre lo recibían con los brazos abiertos era donde sus primos.

Por fin una flecha de cupido le atravesó el corazón. William conoció a una bella mujer llamada Gladys cuando su vida pasaba por los 40 años. Era una peluquera que gastaba gran parte de sus ganancias, no tenía cirugías, pero si tenía uña de oro, pulseras, anillos y collares muy finos y elegantes. De este gran amor salieron dos hermosas hijas, Carolina y Vanessa. Ellas eran muy apegadas a su padre, andaban de un lado para otro sin despegarse de él y se las mostraba a todos sus amigos como un regalo que le había dado el cielo.

Los vientos malos llegaron a esta familia, William se quedó sin trabajo y su esposa le exigía dinero, pues ella sola no era capaz con la obligación de darle estudio a sus hijas y de traer la comida todos los días. Cada día que pasaba, William no conseguía trabajo, cada vez la comida se acababa y los buenos clientes de la peluquería de Gladys se alejaban, todo iba de mal en peor. Desesperado por el dinero y por darle de comer a sus hijas, fue en busca, sin tener más remedio, de sus amigos que lo guiaron por el mal camino de las drogas y la delincuencia. Ellos le aconsejaron que se fuera de mula para otro país, que con ese trabajo se gana un billete bien largo y ya no iba a pasar más hambre. William entró en una gran encrucijada, no sabía qué hacer, si ganar dinero de la forma fácil y rápida o seguir buscando trabajo arriesgando a que su mujer lo abandonara alejándolo totalmente de sus hijas. Fue donde su tía Ruth y le contó lo que pasaba, que no sabía qué hacer. La tía le aconsejaba que no se fuera, que eso era muy riesgoso y que haciendo ese trabajo podía perder a sus hijas estando encerrado en una cárcel en otro país. Cuando llegó a su casa, Gladys lo trató muy mal y le dijo que no servía para nada y lo humilló casi por toda la noche. William, desesperado, aceptó el trabajo. Fue donde sus amigos y le contaron qué tenía que hacer. Se introdujo droga amarrada con dedos de guantes de látex en el estómago, tragándosela sin poder masticar e ignorando el mal sabor que tenían, le entregaron los documentos respectivos y un dinero en peso colombiano en un sobre de manila. Parecía que la suerte estaba de su lado, logró salir de Colombia sin ningún problema rumbo a España, pasando los aeropuertos de Pereira y Bogotá. En el vuelo, todo iba normal, cuando llegó a España, la tensión aumentaba, hacía la fila para pasar sus maletas e ingresar a través del detector de metales. Se atrasó un poco mientras se calmaba y cuando ingresó no hubo ningún inconveniente.

Llegó a la ciudad de Madrid a las 8:00 de la mañana en Colombia, 3:00 de la tarde en Madrid, faltaba solo media hora para encontrarse con los tipos a los cuales les iba a entregar la mercancía y que por consiguiente le darían el dinero que él estaba esperando con gran desespero. Sin rumbo todavía definido, fue a una casa de cambio para intercambiar los pesos Colombianos que le habían entregado para sus gastos personales por Euros, recibió una llamada anónima que le indicó que se encontraran en un hotel popular de la ciudad de Madrid. Cuando llegó a la casa de cambios por desgracia de todos, una de las pequeñas bolsitas donde tenía la droga, se le reventó causándole gran dolor, y sin su cuerpo poder aguantar más, se desmayó. El señor de la casa de cambio llamó a la ambulancia que lo traslado inmediatamente a un hospital. Para poderle salvar su vida, William tuvo que contarles que llevaba droga en su estómago y gracias a esa información lo pudieron salvar a través de una larga cirugía que le dejó una larga y roja cicatriz que empezaba desde la boca del estómago hasta su ombligo. Pero no todo era alegría, pues el deber de los doctores era avisar a la policía de este caso particular. Cuando le pasó el efecto de la anestesia, fue detenido por las autoridades españolas. Lo juzgaron y lo condenaron a cumplir una condena de 10 años por el delito de tráfico de drogas. Después, fue llevado a la cárcel Salamanca a las afueras de Madrid. A los dos años pudo trabajar en la cárcel como un auxiliar de biblioteca, pero ese trabajo no le producía ninguna ganancia y solo le duró tres meses. No superaba su estado, el encierro lo iba enloqueciendo cada vez más, pero antes de que fuera tarde, la cárcel le ofreció un tratamiento con un psicólogo porque estaba llegando a tal punto que quería acabar con su vida. Gracias al arduo trabajo del psicólogo, William fue aceptando su condición y se metió a un curso de panadería que ofrecían en la cárcel para que las personas que estuvieran ahí, al momento de llegar su liberación, pudiera aprovechar lo aprendido y no seguir delinquiendo. William aprovechó muy bien su estudio en la cárcel, aprendió a hacer toda clase de pan y postres y fue contratado para que hiciera lo que sabía hacer en la cocina de la reclusión. Le pagaban por su labor. Estaba recibiendo la mitad de un salario mínimo en España que correspondía a la suma de 300 euros mensuales, este dinero no se lo entregaban a él, su producido iba siendo calculado y registrado en una especie de cuenta de los cuales solamente cada semana podía retirar 60 euros, más o menos 180.000 pesos en Colombia en ese tiempo. Ese dinero lo repartía comprando sus útiles de aseo personal, si no quería cenar con lo que le daban en el comedor, podía comprar comida, o sí quería comprar chucherías también lo podía hacer pero solo en las tiendas que el instituto de reclusión tenía en su interior. Otra parte de ese dinero era enviado para el sustento económico de sus hijas en Colombia, este dinero lo recibía su tía Ruth; era tía segunda de las niñas, se encargaba de comprarle todo lo que sus sobrinas requerían. 

Gladys empezó a enojarse con William porque no le entregaba el dinero directamente a ella, sin necesidad de intermediarios, pues la desconfianza estaba en que Gladys era una mujer joven y aun le gustaba comprarse cositas, podía malgastar la plata en cosas sin importancia y descuidar a sus hijas. Gladys no soportó más y se fue de la casa donde vivía con su esposo y se llevó a sus hijas, sin dejar señas ni notas hacia dónde se había ido. Se perdió para el mundo. William llamaba a todos los que podía durante una semana, hasta que al final encontró algo, se dio cuenta de que sus hijas estaban viviendo con una hermana de su esposa en Manizales. Cuando se pudo comunicar con ella le contó que su hermana se había ido para Cartago a trabajar y que le había dejado a las niñas a su cuidado. Se comunicaba periódicamente con sus hijas y les decía que pronto iba a volver, que había obtenido una rebaja en su pena por la buena conducta. Le giraba el dinero que anteriormente recibía su tía, a la hermana de Gladys para que le comprara los regalos de navidades y cumpleaños que él había perdido junto a ellas por sus estúpidos errores. 

En España, una de sus primas, Myriam, hija de Ruth y Fabio, iba a visitarlo cada que podía a la Salamanca. Pero el ingreso de visitas tenía que ser muy controlado. Los nombres de los parientes más cercanos estaban anotados en un libro llamado el Libro de Familia, incluía nombres, fechas y lugares de nacimiento, edades de sus hijas y esposa, y personas que lo iban a visitar, entre ellas su prima Myriam. En cada visita William tenía que redactar un documento al departamento administrativo de la cárcel para que autorizaran la entrada de la visita. Estando el nombre de su prima en el Libro de Familia, ella podía entrar con mayor facilidad a verlo. Antes de que Myriam se fuera a vivir a España, ellos mantenían contándose las cosas que pasaban en Colombia y en España por cartas y teléfono. Le giraba una parte del dinero que ganaba cocinando para que fuera ahorrando.

Siete años después, días antes de su liberación, Myriam había ido a visitarlo y a entregarle un dinero a escondidas, metiendo un pequeño fajo de billetes colombianos dentro del sostén. Al ser requisada, no le encuentran nada y le logra dar el dinero sin ningún problema. Ese dinero fue el fruto de su trabajo que ella le ahorró durante el tiempo en prisión. William lo esconde muy bien, y cuando llegó el momento de su liberación, tres días después de la visita de su prima, William salió directo de la cárcel al aeropuerto, pues fue deportado y enviado en un avión de carga hacia Colombia con las pocas pertenencias que tenía en su celda. Durante la última visita, le comentaba a su prima sobre lo que podía hacer cuando saliera, en qué podía ocuparse cuando llegara a Colombia y a dónde llegaría si sus primos-hermanastros no lo querían recibir. Una de las hermanas de Myriam, Patricia, que vive en Pereira se ofreció a recibir a su primo en su casa. Lo recibió con los brazos abiertos tratándolo como a un hermano nuevamente, la familia de Patricia lo aceptó muy bien. Llegó por la tarde cuando el menor de los hijos de Patricia llamado Miguel Ángel que llegaba de la escuela, más o menos al medio día. Su madre le dijo que él era un primo segundo suyo que había llegado desde España y que no tenía dónde quedarse, entonces nosotros lo íbamos a recibir aquí. Los hijos y el esposo de Patricia no hicieron reproche y lo aceptaron muy bien. William le comentaba a su prima que necesitaba encontrar a sus hijas que estaban en Manizales. Efectivamente, los dos viajaron. Cuando llegaron a la casa de la hermana de Gladys en el barrio Villa María, ella dejó entrar al papá de las niñas, ellas empezaron a llorar, pues solo tenían 6 y 8 años. Le reprocharon al papá todo el pasado y los días ausentes. No entendían lo que pasaba y juzgaron mal a su padre, lo acusaron de serle infiel a su madre con la mujer que lo acompañaba, y pues con los argumentos erróneos que ellas tomaron para no recibir a su padre, Patricia les explicó que ella era la prima de su padre y que por eso era también prima de ellas.

Horas de explicar lo mismo, Carolina y Vanessa se calmaron y pararon de llorar, aunque no del todo. La hermana de Gladys le dijo a William que se fuera, porque las niñas no cesaban sus lágrimas y sin remedio, dándose al dolor, se fueron del lugar de vuelta a Pereira. William seguía insistiendo llamando cada vez que podía a Manizales a preguntar por sus hijas, cada vez que llamaba era más difícil que se las pasaran al teléfono, le dijeron que no llamara más, que las niñas no lo querían. No le contestaban el teléfono y si se daban cuenta que era él, colgaban.

Buscaba trabajo sin encontrar buenos resultados, entró a un almacén y conoció a una mujer de la cual se enamoró, respondía al nombre de Irma. Ella trabajaba en Dosquebradas en una ferretería, de las más grandes del sector. Cuando formalizaron la relación, William dejó a su prima y se fue a vivir con su novia. Junto a ella gastaron los pocos ahorros que le había entregado Myriam en España, cuando se le acabó el dinero, Irma lo abandonó y lo dejó de nuevo a la deriva, corriendo la suerte que el mundo le trajera.

Aún no encontraba trabajo durante un mes. Logró estabilizarse cuidando como celador unos lotes en Dosquebradas que un viejo amigo le había comentado. Pudo comprarse sus útiles y normalizar un poco las cosas hasta que su servicio ya no era de utilidad y volvió a caer en el desempleo y llegando de nuevo a la ruina. La pequeña piecita que conservaba en una casa de familia cerca de los lotes que cuidaba la tuvo que desocupar, pues no tuvo cómo seguir pagando. Viajó a Cartago con dinero prestado y se hospedó en la casa de su tía-madrastra donde iba y dormía repetidas veces cuando no tenía dónde hacerlo, sin incluir las malas caras que le hacían sus primos-hermanastros. 

Su desespero aumentaba, sus nervios colapsaban, no sabía qué hacer, pues viéndose en esa situación no tuvo más salida que suicidarse, se inyectó veneno para cucarachas, pero tal vez fue un golpe de suerte, si se puede llamar así, que la aguja no tocó ninguna vena, pero el veneno se le regó por dentro de la piel pudriéndole su carne poco a poco y tornando su mano izquierda en un color negro. Fue llevado al hospital Universitario de Cartago por un tío al que William llamó para despedirse mientras el veneno lo mataba, pero su tío no esperó y fue hasta la casa de él y por eso pudo obtener la ayuda requerida. Avisaron a Patricia de lo que sucedía y ella le contó a Dey, cosa de la que ella no estaba enterada en lo más mínimo.

Un mes después de haber estado internado en el hospital, Dey le abrió de nuevo las puertas de su casa y le dijo que se podía quedar con ella. Los hermanastros en total desacuerdo con la decisión de su madre le reprocharon el por qué había hecho eso. William no soportó tal cosa y se fue a vivir a una pieza rentada en Palmira, pagándola con lo que ganaba trabajando en una bodega. Su trabajo volvió a caducar y con mucha rabia en su interior de que las cosas no le salían bien recurrió de nuevo al camino cobarde de quitarse la vida, inyectándose veneno en el mismo brazo, siendo no solamente su mano la que se hinchó y deformó, sino que fue su brazo completo el que se descomponía mientras el veneno avanzaba.

La vida seguía aferrada a su cuerpo, no se quería marchar de este mundo, fue remitido al Hospital Universitario de Cali, donde fue salvado nuevamente gracias a la rápida intervención. Venía a Pereira a buscar trabajo y se devolvía dos días después a Palmira, buscando mejores propuestas de trabajo. Sus viejos amigos solo le ofrecían el mismo trágico y estúpido trabajo de siempre, irse de mula para otro país. Su respuesta fue rotunda y concreta, dijo que no lo volvería a aceptar y se marchó del lugar. Varios intentos de trabajo fracasados, como por ejemplo, el día que viajó a Cartagena a vender cigarrillos en la playa, tuvo que devolverse a Pereira por su pésimo resultado. Regresó a vivir con Dey a la casa sin que ciertas personas se enteraran.

Meses sin trabajo, tomó la decisión de tomar un curso de vigilancia privado, sin saber la procedencia del dinero para costear los gastos. Trabajó cuatro meses en una empresa de Palmira, ganaba bien, tal vez pensó que por fin encontró paz, tranquilidad y sentido para su vida.

Un fin de semana fue a celebrar a un bar en el centro de Palmira con unos amigos del trabajo, tomaron toda la noche y se emborrachó, no se puede negar que pasaron muy bueno. Al llegar a la casa de Dey, se dio cuenta de que no tenía las llaves y le daba pena tocar el timbre para no despertar a nadie. Le avisó al celador nocturno que estaba esa noche, que le facilitara una escalera para subirse por el balcón en el cual él dormía, su habitación quedaba en un tercer piso, pues borracho y todo se subió por las escaleras, pero no contaba con que los efectos del alcohol eran mayores que sus reflejos y se cayó de cabezas desde cuatro metros de altura. El celador dio alerta inmediata y lo llevaron de nuevo al hospital. Los exámenes indicaban que tenía una gran fractura en el cráneo. Fue sometido a varias cirugías para sacarle un pedazo de cráneo que tenía quebrado.

Su resultado fue positivo pero quedó en estado de coma. Al mes de su última cirugía regresó en sí, abrió los ojos, pero no podía moverse ni hablar. Estuvo hospitalizado dos meses más y después fue trasladado en ambulancia a la casa de Dey donde se estaba quedando. La familia por parte de los Montoya se enteró del estado de William y le brindaron ayuda comprándole todos los recursos y equipos médicos que él requería. Quedó con un hueco en la cabeza, Dey demandó al hospital porque no le querían hacer la cirugía de reconstrucción de cráneo. Ganó la demanda y remitieron inmediatamente al paciente al hospital. Ese día, mientras le practicaban unos exámenes antes de entrar a la cirugía, le dio una convulsión. No recibió la atención adecuada. Tal vez ese fue el mejor de los golpes de su vida, tal vez ese fue lo último que estaba esperando, tal vez fue el momento más valioso o fue el mejor regalo de su vida que le dio la compañía de su madre a la que nunca conoció y el cariño del padre el cual no lo recibió adecuadamente.

Las personas más allegadas a él fueron avisadas en la tarde de los hechos que ocurrieron en horas de la mañana. Dey fue al hospital con tres de sus hijas a ver a William en la tarde. La enfermera que los atendió no quería responder por qué la habitación en la que se encontraban su hijastro estaba vacía, le tocó enojarse para que le dieran respuesta, la enfermera sin encontrar salida le responde con la cabeza agachada: “si, se murió”.

No lograban explicar cómo, Dey no quiso escuchar a los doctores y los culpaba de todo lo sucedido. Con un dolor en el alma no soportó la injusticia con su hijastro en la que tal vez ella había influido. Demandó de nuevo al hospital, la fiscalía se encarga de determinar si fue muerte natural o fue muerte causada por los empleados del hospital de Cali al que fue remitido.

Darle punto final a esta historia es darle fin a su recuerdo, aquel que queda guardado en los corazones de las personas que lo vieron triunfar y caer para ayudarlo a levantarse de nuevo. Merece un descanso después de todo lo sufrido, merece que le demos el verdadero reconocimiento a lo que en verdad no fue. Merece que lo dejemos descansar, merece que le demos el mejor regalo de su vida.

Realizado en la memoria de William Monsalve Montoya (1959 – 2011)

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