lunes, 14 de noviembre de 2011

Mi mejor amigo



Hace 15 años que recorro las calles de Pereira, durmiendo en cada esquina de las calles menos concurridas y cuando llueve busco refugio debajo de puentes en donde no tuviera peligro y no arriesgara mi vida a pesar de todo el que corro diariamente.
Mi único amigo es mi perro Dumas. Lo adopté porque lo vi solo buscando comida en los desechos que deja la gente de un restaurante del centro. Llamé al perro para darle un pedazo de pan que guardé desde ayer, una vez lo hice, no se despegó de mi lado en todo el día. Una semana después, se convirtió en mi mejor amigo, aunque no es de raza, más bien como una mezcla de labrador negro, con ojos de Lobo Siberiano, su cola y patas peludas como las de un Chau Chau, mejor dicho, una rara y hermosa combinación de los más finos perros que existen.
El sábado en la mañana nos levantamos temprano para llevar unas latas de cerveza que me encontré ayer, a una vieja caseta donde reciclan, y así poder hacer algo de dinero para comprar el desayuno. Al caer la tarde, como es costumbre, Dumas se iba a las 6:00 en punto para el río que pasa por el barrio de los ricos que queda por el estadio, donde vive la señora toda cansona que no me quiso regalar cien pesos y que me sacó con la policía de un lote mientras yo hacía mis necesidades. Bueno, el caso es que Dumas me esperaba en el rio al lado de la roca más grande, mientras yo conseguía algo para comer en la noche. Nos bañamos y nos fuimos a un puente por donde pasa el Megabús, cerca de un barrio de nombre San Fernando, pues esa noche tornaba más oscuro de lo normal, y se veían relámpagos encima de las montañas, por allá lejos.
Dos semanas de la misma rutina diaria, el lunes por la tarde, llegué al rio a las 6:30 p.m., me pareció muy extraño, no veía a Dumas por ningún lado, pero no me preocupé, pues él de vez en cuando se iba y volvía al otro día. Martes, 5:45 de la madrugada, hora de empezar la rutina. 3:00 de la tarde, Dumas no aparece, pensé de repente “¿será que se enojó al regañarlo por haberme mordido? No creo, eso es otra pataleta, ya vendrá”.
El jueves al mediodía, fui al centro a ver qué me encontraba para reciclar, volteé la mirada y el periódico de hoy volaba por encima de las matas del Parque El lago, desde un puestico de dulces que estaba ubicado al otro lado de la carretera. Lo cogí, por si acaso, tal vez me darían 500 pesos por él, un rico almuerzo con ñapa de jugo, ni imaginar qué haría con ese dinero. Caminando hacia la caseta, abrí el periódico y en la primera plana había una noticia espeluznante. El letrero grande y negro de arriba decía “ASESINATO DE PERRO CALLEJEROS PEREIRA”, me sorprendí mucho al ver la imagen, se parecía tanto a mi mejor amigo , su mismo hocico, sus mismas patas y su misma cola peluda tendida en el suelo, lleno de barro y una enorme mancha de sangre lo rodeaba. La tristeza inundó mi vida, y después de un largo tiempo entendí por supe no había llegado al río como solía hacer. Una vez más dije que los amigos no son para siempre y menos en un lugar como este que matan hasta los perros.

 Miguel Ángel Góngora Montoya

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